Revista: HERENCIA Año 2-Nº4
“LIBANO, TIERRA DE ENCANTOS MILENARIOS”
A través de un relato, no me resulta fácil trasmitir tantas emociones juntas, cuando visité la tierra de mis antecesores. En mi mente y en mi corazón se agolpaban gran cantidad de recuerdos e imágenes que a medida que trancurría el tiempo se iban fijando con mayor intensidad.
Aquellos días quedarán atesorados como una de mis mejores experiencias de vida. Ese encuentro con mis raíces fue enriquecedor dado que de la hospitalidad del árabe que tanto se habla, yo puedo dar fe.
Solamente llevaba un papel con algunos datos y una gran expectativa. La búsqueda comenzó en un bar y luego de hacer consultas, un grupo de hombres me condujo hasta la mesa donde se encontraba el Pope. El nos escuchó con mucha atención y a medida que pasaba el tiempo, las tensiones se iban aflojando. Con voz serena y segura nos hizo un relato de mi familia y se comprometió a acompañarme a los lugares que yo deseaba conocer, la Iglesia Ortodoxa, El Cementerio y la escuela del lugar. Ese lugar se llama Baino, Pcia de Akkar, Lebanon, pueblo donde nació y vivió mi Zeta.
De quien guardo los más preciados recuerdos de mi infancia, ella fue quien me enseñó con su media lengua a amar tan intensamente ese pueblo montañoso con un valle rico en diferentes tonos de verde, donde las lavandas y los lirios crecen sin necesidad del cuidado de las manos del hombre.
Avanzamos en el camino en compañía del Pope y nos condujo a una casa que según él nos recibiría un historiador que celosamente guardaba los archivos de los inmigrantes. Al llegar al lugar, tuve la sensación de haber estado antes allí. Al atravesar un gran portón, todo lo que aparecía en ese ámbito, me pertenecía. Los jazmines, la fresca menta, las aljabas, los olivos, los granados, las higueras, los ciruelos, la vid…
Con ver tan poco, mi alma ya estaba satisfecha. Fuimos recibidos con gran alegría y mi imaginación no podía alcanzar lo que me estaban reservando.
Ese lugar era la casa de mis parientes. Aquí les quiero expresar de una manera absolutamente honesta, hemos dado rienda suelta a tanta emoción contenida. Luego de un recorrido en el tiempo se iban configurandoy haciéndose presentes todas aquellas imágenes que llevaba tan celosamente guardadas dentro de mí. Fue un revivir antiguos proverbios, tantas veces escuchados por boca de mi abuela, todo tenía sonido y contenido conocido. Luego vino el momento de la despedida, del cual quiero rescatar algunos gestos muy significativos, la entrega de una flor, un ramito de menta, un puñado de tierra, frutos de ese suelo generoso por donde transitaron aquellos que un día, ya lejano dejaron con gran nostalgia mis abuelos. Hoy conservo con sentido reverencial ese único tesoro, junto a un puñado de piedras y bellotas de roble que en otro gesto generoso juntó el sacerdote de la tumba de mis antepasados.
El atardecer se hacía presente, el clima con su calor abrasador me regalaba los más profundos aromas y el regreso fue en silencio, como respetando aquellos momentos vividos. Y en mis oídos resonaban aquellas canciones, que en mis recuerdos siendo niña, se hacían nuevamente realidad…mi Zeta me cantaba en árabe, mientras mis manos de niña inquieta desataban su largo delantal. Las imágenes cobraban un sentido atemporal y en ese entorno me vi sentada admirando las manos rugosas de mi Zeta que con gran habilidad armaba los niños envueltos, golpeaba en el mortero el kebbe, preparaba aceitunas en salmuera, sellaba el pan eucarístico para llevar a la Iglesia Ortodoxa, roturaba la tierra, sacaba agua del aljibe, y en su delantal nos prodigaba los frutos de su cosecha.
Vaya pues este recuerdo a esa gran mujer que como tantas algun día dejó su terruño para cambiar su vida de felicidad por otra de grandes adversidades, pero que con grandes valores embebidos por su amor a la humanidad, bajo la influencia del paisaje del milenario Medio Oriente, supo sembrar en los corazones de quienes la rodeaban, semillas de bondad, generosidad y gratitud. Por la vida pasó imprimiendo las virtudes de la fortaleza, la esperanza, y la fe en Dios y como no podía ser de otra manera, un 8 de Diciembre, el día de la Virgen se durmió en la Paz de Nuestro Señor. Se llamaba Juana Moisés de Sarur, a quien hago honor, a su herencia siguiendo sus sabios consejos y continuando con todo lo aprendido, inundo mi hogar de los aromas penetrantes de su rica cocina y alegro con sus melodías los corazones de mis hijos y nietos.
C.L-Mimí
viernes, 6 de febrero de 2009
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Mimi me encantaría ponerme en contacto contigo. Mis ancentros son del mismo pueblo que los tuyos y el apellido SAGUIR...extremadamente parecido al de Juana Moises, solo que al llegar a puerto argentino le iban cambiando letras ... mi correo es daiana.marelli@gmail.com por favor escribime. Un abrazo.
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